A CINCUENTA AÑOS DEL TRIUNFO DE ALLENDE: LAS DISYUNTIVAS POLITICAS DE LA IZQUIERDA EN 1970-73
1. Este 4 de septiembre se cumplen 50 años desde aquél día en que las principales fuerzas de la izquierda chilena, agrupadas en la Unidad Popular (UP), lograron imponerse por una mayoría relativa en las elecciones presidenciales de 1970, con Salvador Allende como su abanderado. Culminaba así un largo proceso de acumulación de fuerzas de las principales expresiones políticas de los trabajadores chilenos, el Partido Comunista y el Partido Socialista, que se había extendido ya por espacio de más de cuatro décadas. Ambos partidos se definían a sí mismos como marxistas y, habiendo logrado unir primero al movimiento obrero en el plano sindical con la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT) en 1953, habían actuado persistentemente unidos en el plano político desde 1956 cuando acordaron constituir el Frente de Acción Popular (FRAP). Ello les permitió ir acrecentando significativamente la gravitación política de la clase trabajadora en base a un proyecto definidamente antiimperialista, antioligárquico y antimonopólico, dirigido a abrir camino a una transformación revolucionaria de la sociedad chilena en un sentido socialista. Sin embargo, no sería sino hasta la elección presidencial de 1970 que esta alianza de izquierda, reconstituida esta vez con la participación del Partido Radical, el MAPU y otros dos grupos políticos menores y actuando bajo la denominación de Unidad Popular, lograría alcanzar un resonante triunfo electoral que le brindaba la posibilidad de llevar a la práctica su programa.
2. En el Programa Básico de Gobierno (PBG) de
la UP se afirmaba de manera explícita que los problemas fundamentales del país
derivaban de unos privilegios de clase a los que quienes los detentaban
"jamás renunciarán voluntariamente". Y dando por fracasadas las
recetas reformistas y desarrollistas que había hecho suyas el gobierno de Frei,
señalaba, como su objetivo fundamental, "terminar con el dominio de los
imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente e iniciar la
construcción del socialismo en Chile".[1] Es del todo evidente que un propósito político
tan claro como ese bastaba para que la eventual llegada a La Moneda de la UP acentuara
no solo los anhelos y expectativas emancipatorias largamente atesoradas por el
pueblo trabajador, sino también el profundo y lacerante recelo del gran capital
y su representación política partidista ante el temido espectro de la
"dictadura del proletariado" que parecía estar tocando ahora a su
puerta. A pesar de las insistentes declaraciones de Allende de que se respetarían
escrupulosamente los derechos y libertades existentes como rasgo definitorio de
su "vía chilena al socialismo",[2] la sola perspectiva de verse expropiadas era
más que suficiente para que las clases dominantes considerasen ese propósito
como una verdadera declaración de guerra. Se abría paso inevitablemente así a
un periodo de aguda confrontación social y política que, como se sabe, concluyó
tres años después con el cruento derrocamiento del gobierno de la UP y la
implantación de un régimen brutalmente represivo.
3. Es por eso que, junto con conmemorar esta
fecha y valorar el gran significado que para el movimiento obrero y popular tuvo
el triunfo de Allende en las elecciones presidenciales de 1970, resulta imprescindible
tener presente también las grandes disyuntivas estratégicas que se plantearon entonces,
de manera candente, ante las fuerzas de la izquierda chilena. El problema
central para un proyecto de transformación social que aspire a superar los
marcos del capitalismo es, indudablemente, el de la conquista del poder por los
trabajadores y el modo en que en definitiva éste puede ser resuelto para abrir efectivo
paso al socialismo como proyecto histórico emancipador. Es evidente que, por la
forma en que concluyó, la experiencia de gobierno de la UP no logró validar en
tal sentido la estrategia de la vía pacífica al socialismo en que basó su
accionar y que tantas expectativas generó en un amplio sector de la izquierda. El
fracaso de este proyecto replanteó el ya largo debate sobre las concepciones programáticas
y estratégicas que han sido levantadas por las corrientes que se reclaman del
marxismo, lo que hace pertinente interrogarse por las enseñanzas y principales problemas
que esa experiencia dejó planteados. Además se trata de cuestiones que,
iluminadas por la experiencia chilena de 1970-73, la trascienden ampliamente y continúan
siendo de decisiva importancia para orientar e impulsar en el presente, con
reales posibilidades de éxito, la lucha por la emancipación de los
trabajadores, tanto a escala nacional como regional y mundial.
Condicionamientos estructurales y disyuntivas políticas
4. Ciertamente, este tipo de interrogantes carece
de todo de interés, y por lo tanto no constituye un problema que se encuentre
efectivamente planteado, para aquellos que, aun presumiendo ubicarse a la
izquierda del espectro político, consideran que una revolución anticapitalista,
o bien ya no es necesaria, y por lo tanto tampoco deseable, o bien, aunque necesaria
y deseable, no parece posible, al menos en un horizonte de tiempo cercano. En
consecuencia, habría que limitarse a luchar por un programa de reformas. La
primera posición es la del reformismo en su expresión más clásica, bajo el
supuesto de que el capitalismo se habría evidenciado capaz de atenuar hasta tal
punto sus principales contradicciones que ya no se vería expuesto a sufrir grandes
crisis. Por otra parte, al haber logrado elevar de manera sostenida las
condiciones de vida de las masas trabajadoras habría desalentado también el interés
de éstas en luchar contra el sistema.[3] La segunda variante del reformismo, si bien no
desconoce las grandes contradicciones, los graves males y las amenazantes
perspectivas que conlleva el desarrollo del capitalismo a escala mundial, excluye
de su campo visual toda posibilidad de desafiar con alguna posibilidad real de
éxito la actual hegemonía que, con los formidables recursos que tiene a su
disposición, detenta hoy el gran capital sobre la vida social en todos los
planos. De allí que ambas variantes circunscriban su accionar a demandar el
reconocimiento y ampliación de algunos derechos democráticos al pueblo
trabajador y un cierto grado de control social sobre el accionar del gran
capital y sus ganancias.
5. En consecuencia, es comprensible que un
debate serio sobre las reales posibilidades que hubo en el Chile de 1970-73 de
haber logrado hacer prosperar el proyecto revolucionario contemplado en el PBG
de la UP no resulte mayormente factible con quienes se empeñan en negar por
anticipado esa posibilidad. Lo usual ha sido que éstos, en vez de allanarse a
confrontar argumentos, se limiten a descalificar a quienes sostienen que ese
objetivo era posible, viendo en sus posiciones una mera y fantasiosa expresión
de deseo, carente de todo realismo.[4] Más aun, en esa línea de razonamiento, al
momento de explicar lo sucedido, lo más común ha sido que asignen a los
objetivos centrales del PBG un significado y alcance claramente distinto al que
se encuentra explícitamente presente en su texto, como ya comenzaron a hacerlo durante
su gobierno tanto el propio Allende como la mayor parte de la cúpula dirigente
de la UP. Así, en lugar de dirigir sus esfuerzos a lograr que el pueblo tomase efectivamente
el poder en sus manos y lo ejerciera para "iniciar la construcción del
socialismo", asignaron a la acción gubernativa el carácter de una etapa
histórica previa, de "democracia avanzada", que a través de un largo
y gradual proceso de cambios económicos y político-institucionales, se
limitaría a crear condiciones favorables para abrir, en una fase ulterior, el camino
al socialismo. Desde esta perspectiva, negando de hecho el carácter de clase
del Estado y anteponiendo los cambios susceptibles de ser alcanzados en la
estructura de propiedad a los de carácter político-institucional, se veía posible
avanzar sin mayores rupturas hacia la realización de "una revolución sin
costo social".
6. En esta misma línea de razonamiento, se ha
visto en las discrepancias surgidas en el seno de la UP una de las principales
causas de su derrota. No obstante, si bien
es efectivo que uno de los factores que debilitó el proceso de cambios impulsado
por el gobierno de la UP fue la imposibilidad de lograr un acuerdo consistente sobre
la línea de acción a seguir para hacer frente y superar los obstáculos cada vez
mayores que iban apareciendo en el camino, ello se debió a que la orientación
que se fue imponiendo en la política gubernativa se hallaba en contradicción tanto
con los objetivos centrales contemplados en el propio PBG como con la propia naturaleza
de la situación creada a partir del triunfo de Allende por la creciente
agudización de la lucha de clases en el país. Aunque las viejas prácticas
políticas de las que era fuertemente tributaria la acción de los grandes
partidos de izquierda tendían a disociar con frecuencia los discursos de los
hechos, adornando con una retórica revolucionaria una política reformista, la
creciente intensificación de la lucha de clases que se experimentaba en Chile desde
antes del triunfo de Allende iba reduciendo los márgenes de acción de esas
prácticas tradicionales e imponiendo de un modo cada vez más más claro sus
propias exigencias. Por tanto, resultaba políticamente miope, y en definitiva
suicida, no percibirlo y tenerlo presente con la debida presteza, ilusionándose
en cambio con la quimérica posibilidad de hacer realidad los objetivos centrales
del PBG a partir de un entendimiento político con la Democracia Cristiana.
7. Es importante, por tanto, partir precisando
como cuestión previa si el diagnóstico de la situación existente y los
objetivos planteados sobre esa base por el PBG estaban justificados. De lo
contrario, resulta fácil escamotear este debate, descalificando el intento de
alcanzar esos objetivos como una mera expresión de "voluntarismo",
desprovisto de toda conexión con la realidad. La naturaleza de la crisis
estructural que afectaba al país, generando una profunda desigualdad social y
obstaculizando su desarrollo económico, así como del carácter revolucionario de
los cambios necesarios para superarla, se hallaban clara y sintéticamente
señalados en los nueve primeros puntos del PBG, agregándose más adelante que
tales transformaciones "sólo podrán realizarse si el pueblo chileno toma
en sus manos el poder y lo ejerce real y efectivamente". Cabe recordar que
el examen de la realidad chilena que sirve de fundamento a estos propósitos correspondía
a una visión que era ampliamente compartida en el seno de la izquierda chilena
y latinoamericana de entonces, siendo la cuestión clave que ella dejaba planteada
la de la conquista del poder por los trabajadores y las amplias masas populares.
Las recurrentes dudas del pasado sobre la posibilidad misma de llevar a cabo
una lucha de ese alcance en el "patio trasero" del imperialismo
norteamericano habían sido ya suficientemente despejadas por el formidable triunfo
de la revolución cubana. La disyuntiva no era entonces otra que la planteada en
términos de "revolución socialista o caricatura de revolución".[5]
8. La década del 60 había estado, en efecto,
marcada por los vientos de la revolución que soplaban con fuerza en todo el
mundo. Ellos cobraban expresión en los movimientos de la juventud estudiantil y
trabajadora en Europa occidental y oriental y también en las últimas luchas
contra la dominación colonial. Por su parte, el imperialismo yanqui, cada vez
más empantanado militarmente en Vietnam y debiendo hacer frente en su propio
territorio a un creciente movimiento de repudio a esa guerra imperialista y a
la discriminación racial, se vio desafiado directamente también por el resonante
triunfo de la revolución cubana, que ganó rápidamente el apoyo de amplios
sectores de la juventud y el pueblo trabajador latinoamericano. Los vientos de
cambio ganaban fuerza también en Chile, donde ante la inminente posibilidad de
un triunfo de la izquierda en la elección presidencial de 1964, los partidos de
la burguesía se unieron en torno a la candidatura reformista de Eduardo Frei,
que buscó captar y canalizar las grandes aspiraciones de la mayoría con la
promesa de realizar una "revolución en libertad". Pero su gobierno
terminó frustrando esas expectativas y haciendo frente a una creciente oleada
de movilización popular entre los trabajadores, pobladores, campesinos y
estudiantes. Fue en medio de ese contexto de grandes luchas populares que nutría
un mayoritario anhelo nacional de cambios que se llevó a cabo la elección
presidencial de 1970.
9. Tanto el fracaso del gobierno de Frei como
la creciente polarización social y política resultante derivaban en realidad
del agotamiento del patrón de acumulación capitalista que había orientado las
políticas económicas en el país por espacio de cuatro décadas. Este
correspondía a lo que se ha dado en llamar Industrialización por Sustitución de
Importaciones (ISI) que, luego de conocer un importante impulso inicial y haber
dado sustento a la configuración de un “Estado de compromiso” que brindaba un
alto grado de estabilidad al sistema político-institucional vigente, en el
curso de la década de los años sesenta había ido perdiendo dinamismo. El
proyecto reformista de Frei, que para contrarrestar el impacto de la revolución
cubana en la región fue presentado por la Casa Blanca como una alternativa al
comunismo en América latina, intentó dar nuevo impulso al desfalleciente modelo
ISI mediante una mayor captación de las divisas generadas por las exportaciones
de cobre, una ampliación del mercado a disposición del desarrollo industrial a
través de la creación del mercado subregional andino y, sobre todo, de la
reforma agraria.[6] Por último, pretendió también capitalizar
una parte de los salarios mediante un plan de ahorro forzoso. Los trabajadores bautizaron
los instrumentos financieros que el gobierno se proponía crear para este fin con
el sugestivo apelativo de "chiribonos" y con el fin de impedir que
esa iniciativa de despojo salarial prosperara, realizaron un combativo y
exitoso paro nacional que determinó finalmente el fracaso del proyecto
reformista.[7]
10. Fue en ese cuadro, de agonía del modelo
ISI y descrédito del gobierno de Frei, que el gran capital nacional e
imperialista optó por enfrentar la coyuntura electoral de 1970 en base a un
programa, bautizado con el nombre de "Nueva República", que
anticipaba en buena medida las transformaciones estructurales que pondría en
marcha tres años después la dictadura militar. En las filas de la DC primaba un
enorme desencanto con lo realizado y con el rumbo seguido bajo su gobierno,
ganando fuerza entre sus bases populares la idea de profundizar el proceso de
reformas que orientó, en torno al lema ¡Ni un paso atrás! la candidatura de
Tomic. Hay quienes se explican el triunfo de Allende en 1970 por un "error
táctico" de la burguesía al presentarse dividida a la elección. Pero lo
cierto es que el cuadro que exhibe entonces la situación política del país no
sintoniza con esa explicación. Dado el clima de polarización social y política ya
prevaleciente en 1970 y el fuerte desgaste que afectaba a la DC en el gobierno,
lo más probable es que en una elección a dos bandas, con una candidatura
democratacristiana que hubiese sido aceptable para la derecha -algunos
sugirieron para tal efecto el nombre de Edmundo Pérez Zujovic-, esta vez ganara
la izquierda. En ese contexto, la opción que tomó el PDC de acentuar la retórica
revolucionaria con un candidato como Tomic solo podía tener el efecto de
restarle votos a la izquierda, lo que a su vez abría mayores posibilidades de
triunfo para la candidatura de la derecha.[8]
11. Por lo tanto, la revolución social que el
Programa de la UP planteó como necesaria y se comprometió a llevar a cabo, respondía
bien a la naturaleza estructural de la crisis en que se debatía el país y el
problema clave que había que resolver para hacerla posible era, como lo
señalaba el PBG, el del traspaso del poder de las clases explotadoras a las
clases explotadas[9]. ¿Qué es lo que esto significa? Que en toda
sociedad de clases el poder es, en definitiva, la capacidad de alguna de ellas
para organizarla de acuerdo al proyecto histórico que corresponde a sus propios
intereses, proveyendo las normas jurídicas, instituciones políticas, criterios
de racionalidad económica y justificaciones ideológicas pertinentes. En este
caso, el proyecto de la UP buscaba expresar y hacer prevalecer los intereses de
la inmensa mayoría de la población que forma parte del pueblo trabajador, privando
de ese poder al minoritario pero influyente grupo social que lo detentaba. Sin
embargo, resultaba evidente que el solo acceso al gobierno de las fuerzas
políticas que actuaban como representantes de los trabajadores estaba aún lejos
de ser suficiente para lograrlo. Es decir, que aún después de haber perdido el
control del gobierno, la burguesía y el imperialismo no habían sido privados de
su efectivo poder social y contaban todavía con variados y muy importantes medios
para preservar "aquellos privilegios de clase a los que jamás renunciarán
voluntariamente". Dando por sentada la complejidad del problema, la
pregunta clave entonces es ¿cómo en el marco de la estrategia que orientaba el
accionar de la UP éste podía ser efectivamente resuelto? ¿Cuáles podían y debían
ser los pasos e iniciativas para lograrlo?
12. La necesidad de doblegar la irreductible resistencia
que opondrían la burguesía y el imperialismo, con la activa ayuda de quienes en
el plano político actúan como sus representantes, amparados por el sistema
legal y judicial vigente, además de sus influyentes aparatos ideológicos y sus
poderosos cuerpos represivos, se alzaba así entonces, desde la partida, como su
mayor desafío, tornando completamente ilusoria la posibilidad de que ellos se
allanasen a aceptar verse desplazados pacíficamente del poder por un simple
veredicto democrático de la ciudadanía, aun en el evento de que éste llegase a
ser aplastantemente mayoritario.[10] Para las clases dominantes se trataba de
acabar lo antes posible con la amenaza que para ella significó el triunfo de la
UP en las elecciones de 1970, como lo atestiguan ya las maniobras y acciones
sediciosas dirigidas a impedir que éste fuese ratificado por el Congreso
Nacional. Fracasados esos intentos, el empeño antidemocrático de las clases
dominantes se orientó entonces a reordenar sus fuerzas y a elaborar una
estrategia de más largo aliento para librar una lucha de hostigamiento y desgaste
que les permitiese contener y derrotar el proceso de cambios que pretendía impulsar
el nuevo gobierno. Todas las corrientes y grupos políticos de la burguesía,
desde la extrema derecha hasta los que inicialmente formaban parte de la propia
UP[11], compartían ese objetivo y solo diferían en
el modo de lograrlo. Mientras el despliegue de una política de atrincheramiento
y desgaste centrada en el plano legal e institucional quedaba en manos de la DC[12] y otros grupos menores, la derecha
tradicional y los grupos fascistas impulsaban frente al gobierno una línea de
acción más clara y directamente confrontacional, tendiente a desbordar ese
escenario.
13. En consecuencia, ya aun antes de
ponerse en práctica, la estrategia de la "vía pacífica al socialismo"
-no la hipotética posibilidad de un tránsito pacífico bajo condiciones históricas
diferentes a las que conocemos hoy, que es algo distinto-, parecía no descansar
sobre una base histórica y social realista. Representaba más bien un problema
parecido al de la cuadratura del círculo.[13] Ello porque si bien las posibilidades de
avance de las fuerzas políticas que expresan los intereses del movimiento
obrero y popular en el seno de las instituciones electivas del Estado burgués eran
incuestionablemente reales, resultaban ser también limitadas y, por sí mismas,
insuficientes para superar su carácter de clase y establecer en su reemplazo un
Estado de los trabajadores, efectivamente democrático. Incluso en el mejor de
los casos, en el evento de que se hubiese logrado por la vía de las urnas
despejar el camino en las instituciones representativas del Estado burgués,
resultaría necesario doblegar aun la resistencia que de todas maneras opondría la
burguesía sobre el terreno de las armas. Como lo atestigua toda la experiencia
histórica, la inevitabilidad de un enfrentamiento armado entre las clases por
la disputa del poder no es algo que dependa de los revolucionarios sino una
realidad que siempre ha sido impuesta, y de la manera más cruenta y despiadada
que sea dable imaginar, por las clases dominantes que se aferran, con todos los
inmensos medios de que disponen, a la defensa de sus privilegios. No haber tenido esto debidamente en cuenta llevaría
a que la oferta de "una revolución sin costo social" se tradujese finalmente
en un enorme costo social sin revolución.
14. ¿Quiere todo esto decir que la
experiencia que se iniciaba con el triunfo electoral del 4 de septiembre de
1970 estaba inevitablemente condenada al fracaso? Evidentemente que no. El
desenlace de una coyuntura histórica crítica como la que se produjo en Chile
entre 1970 y 1973 no está en modo alguno predeterminado, sino que es algo que se
va definiendo de manera dinámica, a partir de los múltiples factores que concurren
a su formación, en el curso mismo de la lucha. Los escenarios que se abren
siempre ofrecen posibilidades y cursos alternativos de acción a sus
protagonistas y el resultado final dependerá ante todo de la pertinencia de las
decisiones que éstos tomen, de la firmeza con que las lleven a la práctica y de
la habilidad con que luego sepan aprovechar las posibilidades asociadas a ellas.
En toda coyuntura crítica de esta naturaleza, el rol del liderazgo está
llamado, por tanto, a ser fundamental. De su clarividencia y decisión política,
tanto en el plano estratégico como táctico, dependerá en gran medida el
resultado de la lucha. En el caso de la experiencia de la UP lo que cabe
constatar es que ese liderazgo no logró anticipar con claridad el curso que
seguirían los acontecimientos y, ante las crecientes dificultades que encaraba,
optó por aferrarse a un diseño estratégico cuyas posibilidades se encontraban ya
agotadas, aun cuando con ello el desarrollo de la lucha de clases lo conducía inexorablemente
a una situación de derrota, sin más salidas que la de resignarse a renunciar clara
y abiertamente al alcance revolucionario de sus objetivos iniciales o verse
violentamente desalojado del gobierno.
15. Por cierto, esta no es una
cuestión que pueda ser asumida como una simple disquisición escolástica en
torno a las virtudes y pertinencia mayor o menor de tal o cual esquema, abstractamente
concebido, sobre las vías de acceso al poder (insurreccional, guerra
prolongada, lucha electoral). En tales términos se trataría, evidentemente, de
un debate mal planteado y por lo mismo completamente estéril, como también lo
es cuando se lo pretende circunscribir rígidamente a las posibilidades del
escenario y los procedimientos por los cuales había discurrido hasta entonces la
lucha política. Desde la perspectiva de los explotados, este debate sobre las
vías de acceso al poder no puede dejar de estar situado sobre aquella tensión
que se opera entre, por una parte, los condicionamientos estructurales (económicos,
sociales, político-institucionales y aun culturales) a que se halla sometido de
hecho su accionar político contingente y, por otra, la imperativa necesidad de
superarlos a fin de poder realizar los ansiados objetivos históricos emancipatorios
que lo orientan. Se trata de identificar los obstáculos que de momento lo
impiden y los posibles cursos de acción que permitirían removerlos a fin de
avanzar hacia la realización práctica de esa aspiración. No se trata, por
tanto, de una elucubración puramente general y abstracta sino de la necesidad
de realizar un "análisis concreto de la situación concreta", pero
claramente intencionado, a la vez, por la necesidad de abrir curso a la
efectiva superación del estado de cosas existente.[14]
Inconsistencia entre el programa y el curso estratégico asumido
16. Examinemos algunos aspectos claves de lo
acontecido. En 1970 la gran mayoría del país se pronunciaba a favor de impulsar
un proceso de cambios dirigido a superar las seculares injusticias y
desigualdades existentes. Como dijimos, la campaña electoral se dio en un clima
de gran movilización social y la opción por los cambios cobró una expresión electoral
tanto en la candidatura de Allende como en la de Tomic[15]. En ese cuadro el gobierno de Allende,
aprovechando las grandes facultades que le otorgaba el sistema político
presidencialista vigente, comenzó a aplicar su programa económico con gran
dinamismo, logrando ampliar rápida y significativamente con ello su base social
de apoyo. Así lo evidencia el triunfo alcanzado por la UP en las elecciones
municipales del 4 de abril de 1971, con un poco más del 50% de los votos. Y al
cabo de su primer año y medio en La Moneda, ese empuje inicial podía exhibir ya
como grandes logros la nacionalización del cobre, del hierro y del acero, del
salitre y el yodo, la nacionalización de la banca y de algunas importantes empresas
de la industria manufacturera, la distribución, los teléfonos, etc., todo lo
cual permitía avanzar en la configuración del Área de Propiedad Social (APS) como
eje central de la economía, al tiempo que el impulso dado a la reforma agraria
lograba acabar prácticamente con el latifundio. Junto a tales reformas
estructurales, la política económica de corto plazo, especialmente a través de
la política salarial y de precios, promovía una significativa redistribución
del ingreso a favor de los sectores populares, incrementando fuertemente con
ello la demanda de bienes básicos.
17. Cabe señalar, sin embargo, que en la
conducción de su política económica, el gobierno de la UP tampoco evidenció una
suficiente claridad estratégica y unidad de propósitos. Una muestra de ello es
que, proponiéndose hacer realidad una apreciable redistribución del ingreso, se
apoyó para ello en una gran expansión del gasto público, pero sin impulsar al
mismo tiempo, desde su inicio, una fuerte y progresiva reforma tributaria que,
poniendo en el centro del debate político el tema de la desigualdad social y la
necesidad de corregir esta situación mediante una efectiva transferencia de
recursos desde los sectores de altos ingresos, contribuyese a financiar ese
mayor gasto fiscal. Ello provocaría a poco andar un incremento mayor de la
demanda que de la oferta junto a un exceso de liquidez, generando
inevitablemente así desequilibrios que se tornarían cada vez más difíciles de
controlar y que serían hábilmente aprovechados por la oposición al proceso de
cambios al incentivar en una medida cada vez mayor la práctica del
acaparamiento y el mercado negro. Tampoco la delimitación de las áreas de la
economía contempladas en el programa fue clara desde un principio, abriendo un
nuevo campo de controversias al interior del propio gobierno. Presionado por la
pugna política desatada en el parlamento en torno al tema, recién en noviembre
de 1971 el gobierno dio a conocer una lista de 91 empresas de las que se
contemplaba que 52 pasarían a formar parte del área de propiedad social y las
otras 39 al área de propiedad mixta.
18. En todo caso, el ímpetu inicial de su
política económica le permitió al gobierno acumular fuerzas a su favor y
ampliar las posibilidades de continuar avanzando. Es claro, sin embargo, que
esta propicia situación inicial no fue aprovechada por el liderazgo de la UP
para impulsar, conjuntamente con la transformación de la estructura económica, una
democratización equivalente de la superestructura jurídico-política del Estado.
Ello habría permitido restringir de manera sustancial los márgenes de acción de
los partidos burgueses que, escudándose en las retrógradas normas e
instituciones vigentes, se empeñaban en frenar, dificultar y hacer fracasar el
proceso de cambios[16]. ¿A qué obedeció esta decisión o, más bien,
falta de decisión del gobierno que, en definitiva, solo facilitó la cada vez
más agresiva labor obstruccionista desplegada por las instituciones y partidos
políticos de la burguesía? ¿Se trató sólo de un error de apreciación circunstancial
o de una opción acorde con una concepción estratégicamente errónea? Planteado
el problema en términos más generales, ¿cómo preveía la dirección de la UP superar
los obstáculos políticos que se cruzaban en su camino a fin de llevar adelante
la transformación revolucionaria de la sociedad comprometida en su PBG? ¿Cómo
se articulaban en su concepción estratégica de la "vía chilena" los
objetivos de corto plazo y las transformaciones estructurales impulsadas por la
política económica con el esfuerzo político orientado a lograr la
transformación del Estado y el traspaso del poder político a manos de los
trabajadores? ¿Qué relación cabía establecer entre ambos planos?
19. Todo indica que en el seno de la UP no hubo,
más allá del marco de definiciones provisto por el PBG, una visión consensuada
en torno a estas cuestiones claves. Tanto al interior de la UP como del
conjunto de la izquierda se desarrollaron a lo menos dos visiones distintas y
contradictorias sobre el modo de encarar los desafíos planteados en esa
coyuntura crítica, a fin de lograr una acumulación de fuerzas políticas que
permitiera enfrentar con mayores posibilidades de éxito la creciente ofensiva
de la burguesía: una que enfatizaba la profundización continua del proceso de
cambios y que, apelando claramente a los intereses del pueblo trabajador,
buscase apoyarse en una activa movilización popular; y otra que planteaba la
necesidad de morigerar el ritmo de los cambios a fin de abrir espacio a un
escenario de negociación y entendimiento con la Democracia Cristiana. En otros
términos, a lo largo de todo este proceso, coexistieron en el seno de la
izquierda, en una relación conflictiva aunque no siempre claramente
explicitada, una concepción de la acción política centrada en potenciar la
movilización directa de las masas, y otra que priorizaba la búsqueda de
acuerdos cupulares con un sector político burgués. Una expresión clara de ello es
la ya referida disociación que se constata inicialmente entre el dinamismo y
empuje de la conducción económica y la parsimonia de la conducción política, cuya
moderación le impide aprovechar a fondo las posibilidades abiertas por el
accionar de aquella, y sin que alcance a percatarse tampoco de las funestas
consecuencias que finalmente esto tendría.[17]
20. A partir del llamado “Cónclave de Lo
Curro”, realizado a inicios de junio de 1972, la acción del gobierno se va a
encauzar más clara y persistentemente hacia una búsqueda de un acuerdo con la
DC con el propósito de afianzar la gobernabilidad del país en el marco del
sistema jurídico-político vigente, algo a lo que dicho partido parecía
dispuesto a cambio de que se le asignase al quehacer gubernativo un alcance
mucho más limitado que el señalado en su Programa. El PC, principal impulsor de
esta orientación, la va a justificar en términos tanto tácticos como
estratégicos: en lo táctico, señalando que la posición de la UP se estaba debilitando
y que, en consecuencia, había que centrar todos los esfuerzos en asegurar la
estabilidad del gobierno frente a la creciente amenaza de la contrarrevolución[18]; en lo estratégico, invocando la necesidad
de anteponer al intento de "iniciar la construcción del socialismo" una
etapa histórica previa de "democracia avanzada" como la que supondría
la propia constitución del gobierno de la UP[19]. En ese contexto, el interés en lograr un
entendimiento con la DC -a pesar del sello claramente proimperialista que había
evidenciado en su actuación política y su acción de gobierno y del cuadro de
aguda polarización política que ya se había configurado en el país[20]- se justificaba invocando el presunto
carácter "pluriclasista" de dicho partido[21], dado el significativo arraigo que éste había
logrado alcanzar y que aún conservaba en algunos sectores populares, y la
existencia en su seno de un ala "progresista".
21. En realidad, aunque aun cifraba ciertas
expectativas en su sector "progresista", el PC no ignoraba el
carácter burgués y proimperialista de la acción política impulsada por la DC,
ni el alcance estratégicamente limitado, puramente reformista, de un posible marco
de acuerdo con ella, a pesar de la retórica revolucionaria que utilizaba para
disimularlo. Pero estaba consciente de la fragilidad de un proyecto de
transformación social que carecía de una capacidad de defensa propia, desconfiando
además de la posibilidad de crearla mediante un esfuerzo orientado en esa
dirección. De allí que su búsqueda de un entendimiento con la DC solo aspiraba
a "consolidar lo alcanzado", postergando para el futuro la
posibilidad de seguir avanzando. Por su parte, lo que guiaba a la DC en su
conjunto era el propósito de evitar a toda costa que en Chile pudiese prosperar
un proyecto dirigido a terminar con el capitalismo y el aparataje institucional
que lo sostenía. Es ese objetivo el que da coherencia a todo su accionar, desde
su inicial demanda del "pacto de garantías constitucionales" como
condición para ratificar la elección de Allende en el Parlamento hasta el Acuerdo
de la Cámara de Diputados del 22 de agosto de 1973,[22] pasando por la formulación de su
"estrategia de los mariscales rusos", su propuesta de "empresas
de los trabajadores",[23] su respaldo a los paros patronales de
octubre de 1972 y julio de 1973, su impulso a la ley de control de armas, etc. Por
ello la DC no tenía mayor interés en ayudar a la UP a salir del atolladero en
que se hallaba, a menos que estuviese dispuesta a capitular en toda la línea.
22. En rigor, a la clase dominante le bastaba
con aferrarse a la vigencia de su Estado de derecho para impedir que el proceso
de transformación social contemplado en el PBG de la UP pudiese llevarse a cabo
hasta el final. Es por eso que la DC exige a Allende primero la firma del pacto
de garantías constitucionales y luego propone y hace aprobar la ley de control
de armas, cuya aplicación los mandos militares dirigen directamente contra los
trabajadores que se habían organizado para defenderse de las bandas fascistas y
no contra los grupos de ultraderecha que a esas alturas realizaban atentados
terroristas en forma cotidiana. Y es eso también lo que explica que un sector
de la DC se opusiera al golpe del Estado, al estimar que esa salida era, además
de políticamente inconveniente, completamente innecesaria. Aludiendo a los
proyectos claves de la UP que aun esperaban ser tramitados por el Parlamento, es
eso justamente lo que le enrostra Leighton a Frei después del golpe: "como teníamos mayoría suficiente para
rechazarlos en la votación general … quedaba en nuestras manos la salida
democrática del problema, descartando desde un comienzo la inevitabilidad de
una solución de fuerza"[24]. Sin embargo, la burguesía y el
imperialismo no deseaban correr mayores riesgos y presionaban por desembarazarse
cuanto antes de un gobierno que ya había afectado seriamente sus intereses y
que, aun cuando no incentivase directamente las acciones de masas que tendían a
sobrepasar los límites de la legalidad, las toleraba sin reaccionar.
23. Por lo demás, la burguesía como clase se
había autonomizado ya ampliamente de la conducción de sus partidos y, por el
contrario, le imponía a éstos su propia agenda. Y una de las principales armas que
utilizó para hacer fracasar el proyecto de la UP fue el gran poder financiero de
que disponía para cercar al gobierno y "hacer crujir la economía" con
variados expedientes: fuga de capitales, paralización de las inversiones y,
sobre todo, elusión de los controles de precios vigentes sobre los bienes de
consumo básico incentivando el acaparamiento y la creación del mercado negro. Estas
actividades ilícitas, junto con beneficiar directamente a quienes se involucraban
en ellas, anulaban las mejoras en la capacidad de compra alcanzadas mediante
los reajustes salariales al tiempo que dificultaban enormemente la vida
cotidiana de amplios sectores de la población, los que de manera creciente
terminaban responsabilizando al gobierno por esta situación y dirigían contra
él todo su enojo. Por su parte, los partidos de la burguesía, desde las
posiciones que ocupaban en el parlamento, y con el cinismo que les caracteriza,
cierran este círculo vicioso que comienza a aprisionar cada vez con más fuerza
a la economía al aprobar los proyectos de presupuesto del gobierno sin el
financiamiento necesario, obligándolo a recurrir entonces a una emisión
monetaria que inevitablemente dispararía la inflación. Es en ese contexto de
crecientes dificultades para la propia población trabajadora que la
"estrategia de los mariscales rusos" comenzaba a cosechar sus frutos
y llevaba, evidentemente, todas las de ganar.
24. La "insurrección de la
burguesía" que se desarrolla entonces a lo largo de este periodo crítico es
fuertemente potenciada también por la acción subrepticia desplegada contra las
fuerzas de izquierda, aun desde antes de su acceso a La Moneda, por las
diversas agencias secretas del gobierno norteamericano[25]. Si bien Washington tenía suficientes motivos
económicos para intervenir, relacionados con los intereses de las compañías de
su país afectadas por las nacionalizaciones, la razón principal de su activo involucramiento
en lo que sucedía en Chile era evidentemente político. En primer término se
trataba de impedir el surgimiento en la región de una "segunda Cuba"
que pudiese generar en ella una situación de gran inestabilidad política. Pero,
dado el carácter institucional del proceso chileno y de las fuerzas políticas
que concurrían a su gestación, la Casa Blanca temía también que su ejemplo
pudiese alentar experiencias similares en países que son aliados estratégicos
claves de EEUU en Europa occidental, como Francia e Italia, en los que la
existencia de influyentes PC efectivamente abría esa posibilidad. Por lo tanto el
gobierno de EEUU se jugará a fondo, primero por impedir el acceso de Allende a
La Moneda y luego, al ver frustrado ese intento, por hacer fracasar por todos
los medios y acabar cuanto antes con el experimento chileno de una "vía
pacífica" al socialismo. Un accionar del imperialismo que por lo demás no era
algo novedoso para la izquierda sino algo con lo que había que contar de
antemano.
25. La "vía chilena" se encontró
así cada vez más entrampada por el cerco que tendía a su alrededor la clase
dominante, planteando ante el conjunto de la izquierda la necesidad de definir
el modo más apropiado para hacerle frente y superarlo. Se abría ante ella la
disyuntiva de ceder ante las exigencias cada vez mayores de la ofensiva
burguesa y abandonar en lo inmediato el objetivo de desplazarla del poder o
convocar al movimiento obrero y popular a movilizarse para defender y profundizar
el proceso de cambios con una clara disposición a enfrentar y derrotar esa
ofensiva en todos los terrenos. Es precisamente esa disyuntiva, de alcance estratégico,
la que estuvo presente tanto en los debates del llamado Conclave de Lo Curro
como de toda la izquierda chilena en el ulterior desarrollo de esa coyuntura
crítica. Como ya vimos, la decisión que se adoptó entonces fue la de echar pie
atrás y poner límites a la movilización social a fin de facilitar una
negociación con la DC, buscando impedir con ello que la confrontación social y
política continuase escalando. Se dijo que se había ido demasiado lejos,
sobrepasando incluso el propio programa de la UP, y se habló entonces de la
necesidad de "poner orden" en la economía. Pero ¿era posible hacerlo desde
la perspectiva de los intereses populares, sin haber logrado alterar las
relaciones de poder que hacen realmente gobernable un país? En realidad, plantearse
ese objetivo en el marco de una economía aun regida por las leyes del mercado y
con el propósito de consolidar el sistema jurídico-político existente no significaba
otra cosa que bajar la guardia y dar por cancelado el proyecto de
transformación social definido por el PBG.
Lo inconducente de pretender nadar entre dos aguas
26. A ojos vista, el talón de Aquiles de ese
proyecto estaba en la ilusoria pretensión de llevar a cabo una revolución pero sin
que se desencadenasen las turbulencias que son inherentes a toda revolución. Es
decir, en la suposición de que sería posible hacerlo solo amparados en el
veredicto de las urnas, es decir, en la legitimidad de las autoridades
legalmente constituidas como expresión de la voluntad soberana del pueblo, real
fundamento de todo orden democrático. Y de que ello, junto con el estricto
respeto a la legalidad, bastaría para "atar de manos" a la burguesía
y al imperialismo para así poder desplazarlos del poder sin que éstos pudiesen reaccionar
con verdaderas posibilidades de éxito. Pero ¿era esto algo realista? Porque,
como dijimos, lo que dicha pretensión pone inevitablemente en el centro de la
lucha política es la cuestión del poder político, es decir, de la capacidad de
coerción ejercida desde el Estado para imponer las normas y decisiones que
hacen gobernable el conjunto de la vida social. Sin embargo, la "política
militar de la vía chilena" consistía solo en confiar en que los mandos
militares, al menos en su gran mayoría, se mantendrían apegados a la
Constitución, con pleno respeto a las facultades que ésta otorga a las
autoridades electas por el pueblo. Ello a su vez exigía que el propio accionar del
gobierno se mantuviese encuadrado en ese marco, sin intentar erosionar en lo
más mínimo la aparente prescindencia política y cohesión de las instituciones
armadas. Se confiaba, en suma, en continuar avanzando hasta lograr una efectiva
transformación del carácter de clase del Estado por un camino que se evidenció,
finalmente, carente de realismo.
27. En consecuencia, esta inconsistencia
básica entre el programa comprometido y el camino elegido para concretarlo
colocó a la UP y a su gobierno en un impasse que solo abría una perspectiva de
derrota. De allí surgían las tensiones que se vivieron entonces al interior de
la izquierda y que continúan dando lugar, hasta el día de hoy, a dos lecturas frontalmente
contrapuestas sobre lo que había que hacer y no se hizo y, en consecuencia,
sobre las causas de la derrota. En dichas miradas, que aunque encontradas
coinciden en señalar la radical inconsistencia que caracterizó a la política de
la UP en su conexión con la realidad, se resume la antigua controversia, que
recorre prácticamente toda la historia del movimiento obrero y popular, entre
reforma y revolución. En efecto, para unos el error estuvo en la ilusoria pretensión
de ir más allá de lo que la correlación de fuerzas políticas permitía,
planteándose metas que no eran alcanzables y que solo respondían a un cierto
fundamentalismo ideológico, en lugar de haberse limitado a generar un gran
acuerdo con "el centro" para avanzar hacia una mayor democratización
del país. Para otros, el gran error de la UP consistió en tratar de poner freno
a la movilización social, pese a ser ésta su principal punto de apoyo y el
terreno clave para alterar a su favor la correlación de fuerzas, a fin de persistir
en el vano intento por alcanzar un entendimiento con cúpulas políticas
refractarias a que el proceso de cambios pudiese avanzar a una efectiva y
profunda democratización del país como la contemplada en el programa.
28. La característica distintiva de una política que corresponda a los
intereses no solo inmediatos sino también históricos de los explotados, es la
de orientarse a hacer de éstos su sujeto protagónico. Es así, por definición, una
política esencialmente plebeya, claramente centrada en el objetivo de
desarrollar y fortalecer la conciencia, la organización y la lucha de la clase
trabajadora. En términos estratégicos, ella se desarrolla como una interacción
dialéctica entre lo históricamente necesario -y por lo tanto potencialmente
posible- y aquello que en lo inmediato parece constituir el límite de lo efectivamente
posible. En consecuencia, ella vehiculiza una tensión permanente, en que las
tareas del momento presente cobran su real significación por la conexión que
guardan con los objetivos de la revolución que definen su perspectiva
estratégica, buscando transformar lo que aun solo existe en potencia en
realidad política efectiva. ¿Cuál es el escenario en que se libra esa lucha?
Sin lugar a dudas, la conciencia colectiva de aquellas masas trabajadoras que
constituyen la inmensa mayoría de la población. El empeño por elevar los
niveles de
conciencia, organización y movilización de las masas se evidencia, así, como centro
y motor de la lucha revolucionaria. De una conciencia
que se sitúa no tanto en el terreno de un proyecto político claramente definido
y asimilado, que es algo que por lo general solo logra motivar a sus sectores
de vanguardia, sino simplemente de las percepciones, experiencias, creencias y
sentimientos que le permiten configurar su identidad y reconocer sus intereses de
clase, empujándola a actuar en un sentido definido.
29. En la lucha entre
explotados y explotadores, la correlación de fuerzas se modifica precisamente
en la medida en que lo hace, en un sentido u otro, la conciencia colectiva de
las amplias masas populares con relación a sus intereses y objetivos de clase, en
que se alteran sus niveles de organización y disposición de lucha, su
percepción del carácter de los diversos liderazgos políticos. En suma, en la
medida en que gana terreno su confianza, optimismo y disposición a extender y
profundizar sus luchas o bien su escepticismo, derrotismo y resignación. Por lo
tanto, un esfuerzo dirigido a modificar la correlación de fuerzas en una
perspectiva revolucionaria supone el despliegue de una persistente labor
dirigida, ante todo, a transformar la energía potencial de la aplastante
mayoría explotada en movilización y lucha real, no solo ni principalmente en un
terreno electoral sino en todas las formas de acción que resulten efectivamente
necesarias. De una labor que logra sus objetivos cuando los explotados cobran una
clara conciencia de sus intereses inmediatos y de la necesidad de movilizarse
unidos en contra de sus enemigos de clase. Una conciencia de clase que para la
mayoría quizás no se logra plasmar aun en una clara idea del socialismo como
proyecto histórico, pero que se traduce en la creación y fortalecimiento de
organizaciones de lucha de las masas trabajadoras que hacen suyas y se
movilizan por las más sentidas demandas del momento.
30. El horizonte visual de
una política reformista es completamente distinto, quedando fuera de él la
posibilidad misma de una revolución. En primer término es una política que
privilegia las tratativas y los acuerdos de carácter cupular, y cuyos sujetos
protagónicos son, en consecuencia, los propios aparatos partidarios, cuyos
escenarios naturales de actuación suelen ser los espacios institucionales en
que se halla articulado el sistema político en el Estado burgués. El contenido
de la política se reduce, así, tanto a las disputas y eventuales acuerdos que
se dan en ese marco. La relación de los aparatos con las masas del pueblo,
convertidas en mera fuerza de apoyo y de maniobra, sobre todo en el terreno
electoral, es una relación de sesgo autoritario, regida por fines de control y
encauzamiento. Desde esta perspectiva, la correlación de fuerzas y el marco de
posibilidades que ella ofrece es la que se opera exclusivamente en el terreno
político-institucional en el que actúan esos aparatos, a partir de los respaldos
electorales con que cada uno de ellos, o coalición de ellos, pueda contar. Por
lo tanto, la tensión entre lo necesario y lo posible tiende a desaparecer en
beneficio de lo que en ese cuadro cupular de relación de fuerzas se reputa como
meramente posible. El reformismo siempre se viste, entonces, de un presunto "realismo"
que dice encarnar la sensatez política, en contraposición al “voluntarismo”,
políticamente aventurero e intelectualmente inconsistente, del
“ultraizquierdismo”, cuyo accionar solo le haría el juego al enemigo.
31. Pero lo cierto es que un
"realismo" que se ciñe a lo establecido carece de todo impulso
transformador. En efecto, partiendo del supuesto de que un cambio en la
correlación de fuerzas en un sentido revolucionario -es decir en el terreno de
la movilización social y no reductible al escenario electoral- es algo
imposible, solo se tendrá como resultado una profecía autocumplida, cuyos
magros resultados serán luego justificados como "la medida de lo
posible". Porque el logro de los objetivos que las condiciones históricas
señalan como necesarios no es algo que vaya a ocurrir de manera automática, ni
aún en las circunstancias más favorables, sino que dependerá de que efectivamente
se adopten las iniciativas que se evidencian políticamente necesarias para
alcanzarlos. Desde luego, el marco de posibilidades abiertas no es algo
arbitrario, sino que se halla condicionado por el desarrollo histórico
anterior, el carácter de la época, el peso de las tradiciones y de las formas
de conciencia precedentes, etc. Pero tampoco es algo rígido e inamovible, sino
dinámico y cambiable a través de un accionar deliberado y consciente con
arreglo a fines. No obstante, si en una situación de profunda crisis social se
asume la lucha política considerando que, aunque un cambio revolucionario sea
la manera adecuada de superarla, es algo imposible de lograr, ni siquiera se intentará
alcanzar ese objetivo. Esa ha sido siempre la actitud característica del
reformismo al sonar la hora de una revolución.[26]
32. Visto desde una perspectiva
revolucionaria, resultaba completamente ilusorio que un proyecto de profunda
transformación social como el contemplado en el PBG pudiese llevarse a cabo en
un clima de relativa paz social y política, ya que la reacción de las clases
dominantes lo impediría. Esto dejaba planteados desde su inicio a lo menos dos
problemas estratégicos que necesitaban ser adecuadamente abordados y resueltos.
Primero, el del diseño y despliegue de una línea de acción política consistente
con el objetivo propuesto, que en las condiciones de aguda confrontación de
clases que se desencadenaría, hiciera posible incrementar el respaldo popular al
proceso de transformación social en curso a fin de lograr una correlación de
fuerzas claramente favorable para continuar impulsándolo. ¿Era políticamente razonable
suponer que ello podría lograrse actuando exclusivamente a la defensiva,
invocando la legitimidad del gobierno y el imperio del Estado de derecho,
frente a la creciente insurrección de la burguesía? Segundo, que en la misma
medida en que se lograse contar con la fuerza social y política necesaria para
avanzar se tornaría cada vez más probable, y aun inevitable, un desplazamiento
de la lucha de clases hacia el escenario de una confrontación armada. En
consecuencia, ello planteaba la apremiante necesidad de asegurar una capacidad
de defensa militar de las posiciones ya conquistadas a fin de asegurar la
irreversibilidad del proceso. ¿Era políticamente razonable presumir que esa
capacidad de defensa militar sería finalmente provista, sin su quebrantamiento,
por los propios aparatos represivos anteriormente constituidos por el Estado
burgués?
33. Con relación al primero de estos
problemas, es muy claro que prevaleció en la UP una concepción cupular de la
política y por lo tanto de los escenarios y medios a través de los cuales resultaría
posible lograr una correlación de fuerzas favorable a su accionar. Sin embargo,
junto con limitar severamente sus objetivos esto tampoco permitía frenar la
ofensiva golpista desencadenada por la burguesía. ¿Era posible concebir de un
modo distinto la lucha por alterar la correlación de fuerzas? Ya hemos señalado
que sí, aunque ello implicaba reconocer que la lucha de clases había desbordado
ya, por ambos lados y de manera irreversible, el cauce de la "vía
chilena", poniendo en cuestión los encuadres cupulares de la política
institucional. El favorable cambio en la correlación de fuerzas que se operó entre
el 4 de septiembre de 1970 y el 4 de abril de 1971, a solo siete meses de la
elección y cuatro de haber asumido el gobierno, lo ilustra claramente. Ese
cambio se debió a la adhesión que suscitó en una amplia franja de la población
el proyecto y enérgico accionar del gobierno, desplazando significativamente
hacia la izquierda el apoyo del electorado.[27] Algo parecido es lo que sucedió en Rusia en 1917 entre febrero y
octubre. La correlación de fuerzas operó allí un rápido vuelco a favor de la
revolución no como producto de acuerdos o componendas cupulares sino porque las
demandas agitadas por los bolcheviques lograron calar hondo en las amplias
masas obreras y populares por sintonizar con sus más sentidos intereses y
aspiraciones: ¡Paz, Pan y Tierra! ¡Todo el poder a los soviets!
34. Esa apelación directa al accionar de las
masas trabajadoras es, justamente, el sello característico de una política
revolucionaria. Pero, como ya hemos dicho, es eso lo que el curso acordado en el
Conclave de Lo Curro descartó de manera tajante, buscando desalentar la acción
desplegada de manera espontánea por las masas trabajadoras para hacer frente a
la ofensiva reaccionaria. Es por eso que al momento de surgir los cordones
industriales y otros gérmenes de poder popular suscitaron la inmediata desconfianza
de los sectores dominantes de la UP y del gobierno, quienes solo vieron en
ellos un tipo de iniciativas de carácter "ultra" que escapaban a su control.
Sin embargo, estos organismos no surgieron como una creación artificiosa de las
corrientes revolucionarias de la izquierda, sino como resultado de una
espontánea reacción de autodefensa de los propios trabajadores de los diversos emplazamientos
fabriles ante la desquiciada ofensiva política desatada por las organizaciones
patronales en octubre de 1972. Si bien la mayor debilidad de estos organismos
fue no disponer de una efectiva capacidad de defensa en el plano militar -como
fue por ejemplo el caso de los comités de soldados surgidos, en otras
condiciones, en 1917 en Rusia y en 1919 en Alemania-, lo cierto es que
permitieron potenciar notablemente la movilización de los trabajadores sobre el
terreno político en una situación crisis como la que se vivía entonces en
Chile, hasta el punto frustrar el objetivo de los paros patronales que buscaban
paralizar el país.
35. En efecto, los cordones industriales
lograron organizar y movilizar a un importante segmento de trabajadores que,
por pertenecer a empresas de menor tamaño, habían dispuesto hasta entonces de
una escasa capacidad de negociación, permaneciendo en muchos casos al margen
del movimiento sindical organizado en torno a la CUT. Además, por esa misma
razón, las empresas en que laboraban no estaban contempladas en los planes de
nacionalización del gobierno ni se contemplaba para ellos una participación
efectiva en la gestión y control de las mismas. Es por ello que la política
reformista predominante en la UP, temiendo que la acción de los cordones
pudiese desbordar los marcos previstos por la política económica del gobierno, contrapuso
inicialmente de manera artificial el liderazgo de la CUT al surgimiento y
desarrollo de estos organismos de poder autónomo de las masas, llamando a que
los trabajadores se limitasen a reconocer esa conducción y a apoyar, junto a
ésta, la acción e iniciativas del gobierno. Es decir, buscaron promover un
accionar de los trabajadores desprovisto de autonomía e iniciativa propia. Toda
la retórica sobre la movilización de masas con que el reformismo adornaba su
política se reducía en términos prácticos a aquello. Sin embargo, el propio
curso de los acontecimientos obligó al gobierno a reconocer y valorar la gran
contribución prestada por los cordones industriales a la derrota de los paros
patronales, pero sin allanarse a hacer del desarrollo del poder popular el
centro y motor de su política.
36. El resultado de la elección parlamentaria
del 4 de marzo de 1973, que en medio de la difícil situación que se vivía entonces
le permitió a la izquierda obtener casi un 44% de los votos e incrementar el
número de sus parlamentarios, da clara cuenta del enorme potencial de lucha radicado
en quienes se mostraban dispuestos a sostener e impulsar el proceso de cambios
en curso. Esa votación no solo desbarató el objetivo que se habían propuesto
los partidos de la burguesía, que buscaban obtener en ambas cámaras los cuórums
necesarios para destituir de su cargo al Presidente de la República, sino que
evidenció una robusta tendencia de la izquierda a incrementar sus fuerzas. En
efecto, en 1970 Allende había obtenido poco más de un millón de votos, mientras
que sumada la votación de Alessandri y Tomic se llega a una cifra del orden de
un millón ochocientos cincuenta mil votos. En marzo de 1973 la UP alcanzaba una
votación del orden de un millón seiscientos mil votos mientras que los partidos
burgueses agrupados en la CODE obtenían alrededor de dos millones de votos. Si
la comparación se efectúa con la elección municipal de abril de 1971 es
evidente que la oposición había logrado una recuperación importante, pero muy
inferior a sus expectativas, mientras que la UP había logrado incrementar en
alrededor de doscientos mil votos su votación. En gran medida estos resultados
se explican por el enorme incremento de la franja de votantes por primera vez,
al haber entrado en vigor la rebaja de la edad mínima para tener derecho a
sufragio, de 21 a 18 años. La alta votación obtenida por la izquierda entre los
más jóvenes da clara cuenta de su enorme potencial de lucha.
37. Ante ello la burguesía redobló su propósito
de lograr cuanto antes el derrocamiento de Allende, pero éste persistió en sus
intentos de lograr un acuerdo con la DC que, a su vez, comenzó a demandarle
como condición, de una manera cada vez más decidida, una capitulación total.[28] Si bien Allende no estuvo dispuesto a ello, ya
que lo habría llevado a tener que reprimir la movilización popular, al empecinarse
en limitar su accionar a la defensa de la legalidad para intentar contener de
ese modo la ofensiva golpista de la burguesía colocaba a la UP y a su gobierno en
una situación que se tornaba cada vez más insostenible. Era una orientación que,
ni permitía apaciguar el cada vez más desbordado encono de las clases
dominantes, intensamente comprometidas ya en un accionar subversivo, ni tampoco
prepararse para hacerles frente con razonables posibilidades de éxito. De
hecho, ello implicaba aferrarse una política meramente reformista, abandonando
la pretensión de abrir camino a la transformación revolucionaria de la sociedad
chilena comprometida en el PBG, con la ilusión de poder contener así a la
contrarrevolución en marcha. Pero, a esas alturas, la única salida posible para
encarar la aguda crisis política existente consistía en decidirse a pasar de la
"guerra de posiciones", que como planteo estratégico ya había dado de
sí todo lo que podía dar, a una "guerra de movimientos",[29] preparándose para hacer frente con mayores
posibilidades de éxito a la decisiva prueba de fuerza que se veía venir de
manera inevitable en un futuro no demasiado lejano. Una opción que, obviamente,
implicaba allanarse a reconocer el fracaso de la "vía chilena" al
socialismo.
38. ¿Qué suponía y qué posibilidades de éxito
tenía el decidirse a operar ese viraje estratégico dictado por las
circunstancias? Estando a la orden del día la cuestión de la toma del poder la
resolución del problema del armamento del proletariado pasa a ser, obviamente,
una cuestión clave. Pero evidentemente no se trata de concebir la inminente
prueba de fuerzas como un enfrentamiento entre un pueblo prácticamente
desarmado contra un ejército bien armado y fuertemente cohesionado. Así planteado
el problema no tendría, por cierto, ninguna posibilidad de ser resuelto favorablemente
y solo cabría reconocer la validez del reclamado "realismo" del
enfoque reformista. Pero se trataría de un problema mal planteado. En una
importante medida la lucha por el poder es también una lucha por el control de
las tropas que en una situación revolucionaria no pueden dejar de estar también
fuertemente influenciadas por lo que la lucha política ha puesto efectivamente en
juego. Un ejemplo, entre otros, que puede ilustrar lo que en este terreno es
efectivamente posible lo muestra el caso de la revolución iraní, que en 1979 logró
derribar una dictadura fuertemente represiva y largamente sostenida en un
poderío militar aparentemente incontrarrestable. Allí la firme decisión de
lucha del pueblo, guiado por un liderazgo decidido a no transar con sus
enemigos, logró minar la cohesión de los aparatos represivos, neutralizando a
una parte de las FFAA y arrastrando a otra a su lado, pudiendo emerger así
vencedora de la prueba de fuerzas decisiva.
39. Por otra parte, como también lo evidencia
la experiencia histórica, la correlación de fuerzas que es dable observar en el
escenario electoral no es trasladable a los demás escenarios de la lucha de
clases. Además, mientras la batalla electoral culmina con la elección misma,
por su misma continuidad y dinamismo la lucha de clases en torno al poder puede
llevar a situaciones muy variadas desde la de un desenlace rápido a una impasse
prolongada. Las fuerzas que se configuran en los diversos escenarios son
también distintas: en una elección solo la franja de ciudadanos inscritos, con
gran peso de las "mayorías silenciosas" de sesgo conservador, excluyendo
a los más jóvenes que por su edad no tienen aun derecho a voto; en cambio en
una lucha directa por el poder las fuerzas en lucha están constituidas
principalmente por las generaciones más jóvenes, que suelen ser también las
menos conservadoras. En todo caso lo cierto es que en una situación como la que
convulsionaba entonces al país lo que estaba planteado de un modo cada vez más
acuciante era decidirse a desplegar un mayor y más decidido esfuerzo por comprometer
a los miembros de las FFAA y Carabineros en la defensa no solo de la legalidad,
transformada ya en un campo de intensa disputa, sino del propio proceso de
cambios.[30] Por lo demás, eso era justamente lo que la
reacción estaba haciendo a la vista y paciencia de todos, realizando continuos
atentados terroristas, llevando la deliberación a los cuarteles, organizando entre
los altos mandos una corriente decididamente golpista y escudando su accionar en
la ley de control de armas para empujar a los indecisos y neutralizar toda
posible resistencia. Esto terminaría por inclinar al grueso de sus efectivos
hacia el bando que actuaba con mayor decisión.
40. Lamentablemente no existió un accionar en
modo alguno equivalente por parte de las fuerzas de la izquierda agrupadas en
la UP, aunque las condiciones prevalecientes lo reclamaban en forma perentoria.
En el plano político solo el MIR y algunos grupos revolucionarios menores
desplegaron una labor de propaganda dirigida a las tropas. Y también surgieron,
de manera espontánea, algunas valiosas pero aisladas iniciativas de apoyo
militar al proceso de cambios en el propio seno de las FFAA. Pero al no contar
con el respaldo del liderazgo principal todo ello resultaba claramente insuficiente.
A pesar de ello, los golpistas esperaban encontrar una resistencia mucho mayor
al golpe. Por algo, cuando este fue ya un hecho consumado, los soldados y
carabineros comprometidos en él recorrían las calles portando brazaletes o
pañoletas para poder distinguirse de eventuales fuerzas militares adversarias.
Y muchos fueron los soldados que, por la incapacidad de la izquierda, se vieron
forzados a obedecer a los golpistas a pesar de que habrían estado gustosos de
tener una oportunidad real de luchar contra ellos. Los testimonios aportados
por muchos de los marinos antigolpistas muestran fehacientemente lo mucho que
era posible haber hecho para organizar en el seno de las FFAA la defensa
militar del proceso. El día mismo del golpe, la izquierda ni siquiera logró
mantener en el aire una voz capaz de convocar y organizar algún tipo de
resistencia, sellando con ello su derrota. Lo único que ese día el liderazgo de
la UP pudo legar a la posteridad fue la digna actitud con que Allende decidió encarar
a los golpistas.
Conclusiones
1. El que una alianza política que proclamaba abiertamente su voluntad de llevar a cabo una revolución social para terminar con el capitalismo e iniciar la construcción del socialismo ganase una elección presidencial era de por sí más que suficiente para que las clases dominantes se empeñasen en impedir por todos los medios que ella pudiese consumar sus fines. De allí que los intentos de golpe comenzaran aun antes de que esa coalición diera inicio a su gobierno. Todo lo que se diga después para justificar la guerra declarada por el imperialismo y sus aliados internos contra ese proyecto, que culmina con el derrocamiento del gobierno, no son más que intentos de legitimar un accionar político antidemocrático.
2. Más allá de cualquier deseo, el triunfo electoral de la UP en 1970 abría inevitablemente una situación de confrontación frontal entre las clases en torno al poder. Carecía de todo realismo suponer que las clases dominantes aceptarían ser desplazadas gradual y pacíficamente del poder. Por ello mismo, las clases subalternas no tendrían más opción que desplegar una acción dirigida a conquistarlo de manera efectiva para poder realizar y consolidar su anhelado proyecto de emancipación y transformación social. La lucha en torno a ese objetivo planteaba, en consecuencia, la necesidad de evidenciarse capaz de diseñar y actuar en conformidad a una línea de acción que fuese efectivamente congruente con él.
3. Esto significa que el desenlace de la aguda crisis política así abierta dependía básicamente de la lucidez y la audacia que fuese capaz de exhibir el liderazgo de las fuerzas que aspiraban a alcanzar las posiciones de poder necesarias para consolidar, extender y profundizar sus conquistas, y no de los factores y circunstancias que aleatoriamente pudiesen haber llegado a incidir en el curso de los acontecimientos. Así, por ejemplo, la presencia o ausencia de tal o cual personaje en una posición clave como la Comandancia en Jefe del Ejército, no basta para explicar el comportamiento de quienes formaban parte de esa institución, ni menos para determinar el curso general de los acontecimientos y su desenlace.
4. La causa fundamental de la derrota de la UP es que no basó su accionar en una estrategia que fuese efectivamente congruente con los objetivos revolucionarios contemplados en su programa. Por el contrario, tras haber proclamado su voluntad de terminar con el dominio del imperialismo, el gran capital y el latifundio sobre la vida económica del país, permitió que la iniciativa pasara a manos de la reacción y se aferró luego, de manera tozuda, a una línea de acción que no se orientó a intentar su derrota, sino a contener y apaciguar el enfrentamiento de clases a través de un ilusorio acuerdo político con los sectores presuntamente democráticos y progresistas del bloque en el poder.
5. Aquella era una orientación completamente falta de realismo. Desde el momento en que se produjo el triunfo electoral de la UP en 1970, la gran burguesía y el imperialismo se decidieron a actuar sin esperar a que fuesen sus representaciones políticas tradicionales las que les dictasen el modo de hacerlo y sin atenerse tampoco a las reglas del juego establecidas por la constitución. Ello acrecentó el protagonismo directo de la clase dominante sobre la arena política, imponiendo en ella un clima cada vez más beligerante que, al desbordar y erosionar su tradicional marco político-institucional, disminuía en esa misma medida también el rol y la eficacia de los procedimientos políticos tradicionales.
6. Solo una eventual renuncia a los objetivos centrales del programa abría la posibilidad de tornar factible el camino de reformas graduales a que se aferraron tercamente Allende y la UP. Pero la pretensión de abrir una vía inédita al socialismo, confiando en la solidez, flexibilidad y neutralidad de clase de las instituciones jurídico-políticas existentes, incluida la norma de prescindencia política y obediencia al poder civil de las FFAA, no solo carecía de realismo sino que colocaba a la UP en una situación de inminente derrota. Al no decidirse a pasar a la ofensiva, la izquierda no fue capaz de hacer frente a la violencia reaccionaria, confirmando con ello que quien hace revoluciones a medias no hace más que cavar su propia tumba.
Notas
[2] En rigor, toda experiencia histórica es única e irrepetible por lo que el debate sobre la estrategia que se puso a prueba en Chile en el periodo 1970-73 concierne más propiamente a la "vía pacífica al socialismo" postulada en 1956 en las resoluciones del XX Congreso del PC de la Unión Soviética y asumida luego por la mayoría de los PC, visión que era compartida también por Allende y otros sectores de la UP. Una visión que, como lo enfatizó el propio Allende en su primer mensaje presidencial, se proponía abrir un camino hasta entonces inédito al socialismo, cuestionando de hecho aspectos claves de la teoría marxista del Estado.
[3] Tal era, básicamente, la posición sostenida por Bernstein a fines del siglo XIX, la cual fue sometida a una rigurosa crítica por Rosa Luxemburgo en su trabajo de 1899 titulado Reforma o revolución.
[4] Sin duda los tonos de tales descalificaciones varían por su mayor o menor grado de beligerancia, pero en todos los casos impiden una consideración y debate racional en torno a los grandes problemas que el análisis de esta experiencia plantea.
[5] Tales fueron los términos en que la dejó planteada en 1967, en su Mensaje a la Tricontinental, el Ché Guevara.
[6] La reforma agraria era de fundamental importancia para el logro del objetivo propuesto porque la modificación de la estructura de propiedad de la tierra hacía posible modernizar su explotación elevando significativamente la productividad agrícola. Ello permitiría alcanzar varios objetivos en el plano económico: 1) incrementar la competitividad de la industria al desplazar parte de la fuerza de trabajo agrícola hacia las ciudades y reducir el costo de los alimentos (bienes-salario) e insumos agrícolas, todo lo cual tendría un impacto positivo sobre sus costos de producción; 2) ampliar la demanda de los productos industriales en las zonas rurales; 3) reducir la necesidad de importar alimentos y eventualmente generar también excedentes agrícolas exportables.
[7] Ese apelativo aludía al de "chirimoyos", que era la expresión popular para denominar a los cheques sin fondo. El paro nacional fue convocado por la CUT para el 23 de noviembre de 1967, dejando un saldo de siete trabajadores muertos y otras decenas de heridos como resultado de la represión desencadenada por el gobierno. Esta era la segunda vez que bajo el mandato de Frei una protesta obrera culminaba de esta manera. El 11 de marzo de 1966 se había producido ya una masacre en el mineral de El Salvador, con 8 muertos y más de 40 heridos, a consecuencia de un paro de los trabajadores del cobre. Posteriormente, el 9 de marzo de 1969 ocurriría una nueva masacre durante el periodo de gobierno de la DC, esta vez de pobladores sin casa en Puerto Montt, con un saldo de 11 muertos y más de 70 heridos.
[8] Como lo reconoció entonces el líder conservador Francisco Bulnes Sanfuentes, fue esa situación la que también hizo que, una vez producido el triunfo de Allende, las fuerzas políticas de la burguesía finalmente descartaran la opción de forzar una nueva elección para impedir el acceso de la izquierda a La Moneda.
[9] "Las fuerzas populares y revolucionarias no se han unido para luchar por la simple sustitución de un Presidente de la República por otro, ni para reemplazar a un partido por otros en el Gobierno, sino para llevar a cabo los cambios de fondo que la situación nacional exige sobre la base del traspaso del poder, de los antiguos grupos dominantes a los trabajadores, al campesino y sectores progresistas de las capas medias de la ciudad y del campo", Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular.
[10] Para la acostumbrada y prepotente política intervencionista del imperialismo un veredicto electoral de esa naturaleza solo equivalía a la "irresponsabilidad de un pueblo", como lo señaló altanera y desembozadamente entonces el poderoso Secretario de Estado de Washington, Henry Kissinger. Basta observar a este respecto lo sucedido en Venezuela después del acceso de Chávez al gobierno. Cuando en abril de 2002 se produjo el golpe en su contra, Chávez había ganado ya dos elecciones presidenciales con porcentajes del orden del 56% y 60% de los votos y dos referéndums con porcentajes del orden del 88% y 72%. Y luego de frustrada esa intentona, la clase dominante no cejó jamás en su empeño por terminar a como de lugar con la experiencia chavista.
[11] Este es al menos el caso del sector del Partido Radical liderado por personajes como Alberto Baltra, Luis Bossay y Eugenio Velasco que se escindió de ese partido a mediados de 1971 para fundar el Partido de Izquierda Radical (PIR), el cual continuó formando parte de la UP hasta abril de 1972, cuando finalmente la abandona y pasa a formar parte de la oposición al gobierno.
[12] Respondiendo a las críticas que le formula la derecha, a través de un artículo publicado en la revista Política y Espíritu Claudio Orrego, uno de los ideólogos de ese partido, explica el accionar desplegado por la DC desde el triunfo de Allende de acuerdo a un diseño que él bautiza como la "estrategia de los mariscales rusos". Esta denominación alude a la manera cómo el ejército ruso hizo frente en su momento a la invasión de las tropas napoleónicas: no dando de inmediato una batalla frontal al enemigo, en el momento en que éste es más fuerte, con sus contingentes cohesionados y animados por una alta moral de combate. Era preferible dejar entonces que el enemigo avanzara, limitándose a defender solo lo esencial, que en este caso era el orden constitucional y legal vigente. "Mientras tanto el enemigo es hostilizado para desgastarlo, para desorganizarlo, para dificultarle su avance, para desmoralizarlo; pero sin presentarle nunca la batalla final … hasta que se acerca el invierno y comienzan a caer las primeras nieves. Es esa la hora para la primera gran batalla y para la ofensiva final".
[13] Es decir, un problema que se muestra insoluble, como lo es el de la cuadratura del círculo, al menos según las normas y procedimientos de los antiguos griegos.
[14] Si sobre la base de ese "análisis concreto de la situación concreta" se logra definir una estrategia consistente para orientar el accionar político, los eventuales errores en que se incurra serán de carácter meramente táctico u operativo. Si en cambio, estando planteada la lucha por el poder, se asume un curso estratégico equivocado, no cabe derivar el inevitable fracaso a que ello conducirá de meros “errores” de ese tipo sino a lo políticamente estéril que ha resultado ser el propio planteamiento estratégico. Así, por ejemplo, en una estrategia que prevea como uno de sus elementos centrales la inevitabilidad de una disputa por el poder político real, como capacidad de imposición coercitiva en términos de clase, el desafío que esto conlleva para su política militar difiere sustancialmente del de una estrategia en que la inevitabilidad de esa disputa no se encuentre presente.
[15] Aun cuando, evidentemente, el contenido de fondo de ambos programas no era equivalente.
[16] El entonces Secretario General del PS Carlos Altamirano (1977:220) ha sostenido que tras la elección municipal de abril de 1971 "el Partido Socialista planteó con insistencia la convocatoria a un plebiscito, entendiendo claramente que aquella coyuntura colocaba al movimiento popular ante la situación de conquistar nuevas posiciones institucionales, en la lucha por el control del aparato estatal. Era la única posibilidad, desde el interior del aparato estatal, de ganar una nueva cuota de poder, de diseñar nuevas reglas de juego a tono con la correlación de fuerzas emergentes". Sin embargo, dicha posibilidad fue descartada por la UP y su Gobierno.
[17] El principal conductor inicial del equipo económico del gobierno, Pedro Vuskovic, ha señalado a este respecto (1976:271) que "una de sus consecuencias fue que no se advirtiera con la fuerza y la oportunidad debidas la inevitable transitoriedad de algunos resultados positivos, y hasta espectaculares, de la política económica en su primera etapa, los que ofrecían bases objetivas favorables -pero no necesariamente duraderas- para avances importantes en la consolidación del poder político".
[18] En un artículo titulado "La clase obrera en las condiciones del Gobierno Popular", fechado el 5 de junio de 1972, Orlando Millas explica así la posición del PC: "Lo característico de la coyuntura de hoy en nuestra experiencia es que la correlación de fuerzas ha sido afectada, en contra de la clase obrera y del Gobierno Popular, por errores políticos y económicos que podemos resumir diciendo que constituyen trasgresiones al programa de la Unidad Popular. Cabe, entonces, poner el acento en la defensa del Gobierno Popular, en su mantenimiento y en la continuidad de su obra. Sería funesto seguir ampliando el número de los enemigos y, por el contrario, deberán hacerse concesiones y, al menos, neutralizar a algunas capas y determinados grupos sociales, enmendando desaciertos tácticos".
[19] Entre los muchos juicios esgrimidos por los dirigentes del PC para defender esa perspectiva, destaca por su claridad el siguiente de Jorge Insunza publicado a principios de 1971: "Hoy en día la legalidad, si bien tiene doble carácter, juega en Chile principalmente en favor del movimiento popular, dado que como hemos dicho el sector del poder estatal que hemos conquistado es el que tiene mayores atribuciones. Usando bien y audazmente este poder es posible modificar radicalmente la sociedad chilena, a condición de hacer pesar sobre las estructuras estatales donde influyen todavía fuerzas reaccionarias y conservadoras, la fuerza del pueblo movilizado" (“Nuevos problemas tácticos”, Revista Principios N°138). Pero lo cierto es que, al ignorar el rol de sus cuerpos armados y la ideología dominante en sus altos mandos, este planteo sobre el “doble carácter” de la legalidad vigente contradecía tanto la realidad de los hechos como la teoría marxista del Estado, presumiendo el carácter neutro de este aparato desde un punto de vista de clase. En cuanto a la necesidad de “hacer pesar sobre las estructuras estatales … la fuerza del pueblo movilizado”, el problema es que es justamente eso lo que el PC, en la ilusoria búsqueda de un entendimiento con la DC, se resistió a impulsar. De allí su insistencia en acusar a la "ultraizquierda" de crearle problemas al gobierno al apelar, precisamente, a "la fuerza del pueblo movilizado".
[20] Polarización que ya había provocado un realineamiento final de las fuerzas políticas, impulsando, por una parte, al sector "tercerista" de la DC a salir de ese partido para constituir la Izquierda Cristiana e incorporarse a la UP y, por la otra, la salida del PIR de la UP para sumarse a la oposición frontal al gobierno de Allende.
[21] Cabe recordar que no es este el modo en que desde el marxismo se ha acostumbrado a definir el carácter de clase de una corriente política ya que a partir de la composición social de su militancia prácticamente todos los partidos resultarían ser, en diversos grados, "pluriclasistas". Asimismo, y a pesar su rol político efectivo, con ese criterio habría que considerar como partidos genuinamente "obreros" a aquellos que, como el laborista británico o la socialdemocracia alemana, cuentan con una militancia compuesta en su inmensa mayoría por trabajadores. En rigor, lo que realmente define el carácter de clase de un partido o corriente política es, como ya lo advertía Lenin, la correspondencia que guardan su programa y su práctica política con los intereses históricos de alguna de las clases en conflicto.
[22] Este acuerdo -un pronunciamiento dirigido al gobierno y a los altos mandos de las FFAA y Carabineros y que posteriormente fue utilizado para justificar el golpe- que acusaba al Presidente de la República de haber incurrido en un "grave quebrantamiento del orden constitucional y legal de la República", surgió de un entendimiento entre las directivas del PDC y del PN, siendo votado favorablemente por todos los diputados de la DC, incluidos aquellos que formaban parte de su sector "progresista".
[23] Las "empresas de trabajadores" fue la propuesta con que, apelando al interés individual de éstos, la DC buscó socavar su apoyo a la socialización de las grandes empresas.
[24] Carta de Bernardo Leighton a Eduardo Frei Montalva de fecha 22 de abril de 1975.
[25] Como es sabido, este accionar ha sido ampliamente acreditado por las investigaciones realizadas en los propios EEUU, siendo la más ampliamente conocida la llevada a cabo por el Comité del Senado de ese país presidido por el senador Frank Church.
[26] Basta recordar, como un ejemplo ya clásico de este tipo de comportamientos, las aprensiones y fuerte oposición que suscitó en importantes líderes bolcheviques el viraje revolucionario propugnado por Lenin a su llegada a Rusia en abril de 1917.
[27] En efecto, la votación de la izquierda en la elección municipal del 4 de abril de 1971 se incrementó en casi un 14% con respecto a la obtenida siete meses antes por Allende, elevándose a poco más del 50%. La DC en cambio experimentó una pequeña merma de alrededor de 1,5% de su caudal electoral mientras que el de la derecha se redujo en 13 puntos en comparación con la votación lograda por Alessandri. ¿Cómo interpretar lo sucedido? Todo indica que la votación de la UP creció a expensas de una franja del electorado que en 1970 votó por Tomic, y que la DC logró compensar esa pérdida a expensas de la derecha, es decir, gracias a una derechización de su base electoral.
[28] La insistencia en lograr un entendimiento con la DC se evidenciaba carente de todo realismo político toda vez que, cuando éste estuvo más próximo a concretarse, tras unas trabajosas negociaciones desarrolladas a mediados de 1972 entre el gobierno y la directiva de ese partido presidida por Renán Fuentealba, en las que se había llegado a acuerdo sobre los principales puntos en conflicto, éste finalmente no fue ratificado por el PDC debido a la oposición que encontró en su seno de parte del sector freísta.
[29] Tales fueron los términos utilizados por Gramsci para abordar el debate sobre los posibles diseños estratégicos alternativos en la lucha por el socialismo.
[30] Las variadas iniciativas espontáneas que efectivamente se dieron entre en el seno de los cuerpos armados, sobre todo en sus rangos inferiores -la más significativa de las cuales fue la que se produjo entre la marinería-, indican las posibilidades ciertas de haberlo hecho. En las entrevistas realizadas por Jorge Magasich (2019) son numerosos los relatos en tal sentido. Resulta igualmente indicativo a este respecto el mensaje que, aludiendo en sus memorias a lo ocurrido en la noche de la elección presidencial, dice haber recibido el Almirante Merino (1998:73) del Servicio de Inteligencia Naval: "En varios cuarteles del Ejército, Fach y buques y reparticiones de la Armada se han oído gritos de 'Viva el compañero Allende', cada vez que se da información de cómputos".
Bibliografía
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